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viernes, 9 de diciembre de 2011

Comedia musical. Los miserables en Madrid 15M


Canta el pueblo su canción, nada la puede detener,
Ésta es la música del pueblo y no se deja someter.
Si al latir tu corazón oyes el eco del tambor
Es que el futuro nacerá cuando salga el sol.
¿Te unirás a nuestra causa? ¡Ven y lucha junto a mí¡
Tras esta barricada hay un mañana que vivir.
Si somos libres o esclavos depende de ti.


Los miserables, acto I (fragmento de la canción del pueblo)

Asisto en el Teatro Lope de Vega de Madrid, en la Gran Vía, a una representación del mítico musical de Boublil & Schönberg.
La tarea de los adaptadores es difícil, la obra maestra de Víctor Hugo es un gigante inabarcable; condensar en dos actos un mundo entero, una historia tan humana como la novela debe ser una empresa imposible. Leí hace años el libro, mejor decir me lo bebí, devorando y viviendo las emociones que Víctor Hugo vuelca página tras página. Si, en caso de hecatombe mundial tuviera que salvar un libro para que perdurara para siempre, elegiría éste sin dudarlo.
El musical logra en muchos momentos igualar en emoción al libro, las inspiradas y emocionantes melodías se suceden sin fin. Estoy hundido en la butaca con los ojos abiertos como platos, con la piel de gallina. ¿Cómo he estado a punto de perderme esto? (es la última semana de funciones).
El drama va ganando en intensidad, y los hechos se precipitan. Al final del primer acto, los revolucionarios, el pueblo en armas encabezado por los jóvenes entonan la canción del pueblo dispuestos a tomar las armas en busca de la justicia y la libertad. En ese momento me doy cuenta de las semejanzas del musical con el momento actual, en el teatro son los jóvenes idealistas del s.XIX los que se alzan contra la tiranía restauradora de la Monarquía absolutista francesa. En otro momento histórico diferente, ahora, el 15-M sale a la calle demandando verdadera democracia y mayor justicia social. Ahora no hay armas, no hay barricadas, pero el mismo espíritu inconformista y luchador que impregnó la vida francesa de aquella época comandada por los jóvenes revolucionarios es protagonista hoy. Los versos de la canción del pueblo toman tremenda actualidad. Resuena especialmente en mi cabeza la frase “Si somos libres o esclavos depende de ti” y pregunto:
¿Hasta cuándo el pueblo seguirá eligiendo ser esclavo y no libre? ¿Hasta cuando el pueblo entero se dará cuenta de la importancia de la protesta, del salir a la calle, de no callarse, de que la progresiva e implacable pérdida de derechos es culpa del quedarse en casa, de la tertulia de bar y del conformismo, y de haber entregado la representación a gente indigna y con la tripa muy gorda?
De todas las capas de la sociedad que deben asumir el protagonismo, de forma directa somos los jóvenes los que debemos encabezar las protestas, son los que debemos ganarnos el futuro, tenemos la fuerza y la vitalidad para hacerlo. No es verdad que no haya ideales, que no luchemos y lo queramos tener todo hecho como a menudo injustamente se nos acusa, que seamos mimados. Dentro de la juventud hay gente que no se conforma, que piensa y siente de manera distinta, lo que debemos hacer es dar un paso al frente, tal y como hacen los jóvenes en el musical Los Miserables.
Ser esclavos o libres depende de nosotros, y ni un solo día debemos dejar de pensarlo. Si cometemos la torpeza de pensar que es cosa del pasado, o de las novelas o el teatro, como muchos pretenden hacer creer estaremos perdidos. Si pensamos así, estaremos cavando nuestras propias fosas. Lo que sucede en el musical, pasa multiplicado por mil en la vida real. No debemos dejarnos engañar.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Y toma, y dale...

Escribo alarmado, indignado, impotente pero no resignado, ante la avalancha de atropellos a la ciudadanía que nuestra clase dirigente política viene cometiendo en los últimos tiempos. Los acontecimientos se amontonan, se agolpan y precipitan sobre nosotros un día si y otro también, como golpe tras golpe que propina un boxeador a otro de calidad inferior en un combate. La diferencia es que el combate está previamente amañado, y además el perdedor recibe de verdad (a eso el acerbo popular lo llama ser puta y poner la cama). Ese boxeador que pierde somos nosotros, los ciudadanos españoles.
Dichos acontecimientos se suceden ante la perplejidad de unos, la ignorancia de otros y la rabia de muchos entre los que me encuentro.
Nuestra clase política, dicen ser representantes nuestros, pero sus actitudes una y otra vez demuestran que sus objetivos son bien distintos, actúan según sus intereses, los partidos políticos, salvo escasas y honrosas excepciones, buscan cuotas de poder y dinero, y últimamente actúan sin disimulo y sólo rectifican cuando algunos expresamos nuestra indignación en voz alta.
La clase política ha fomentado mediante el oscurantismo, el sectarismo y el amiguismo, la apatía de los ciudadanos, cada vez más alejados de la vida política, interesándose en, como dijo Noam Chomsky, por las golosinas visuales. Ahí es donde empieza nuestra derrota, creer y afirmar que la política no interesa, y dejarla en manos de oligarcas sin escrúpulos. Me echo a temblar cuando pienso en el concepto del ciudadano medio que tendrán estos políticos y sus jefes, los oligarcas económicos. La culpa de ese concepto es nuestra y sólo nuestra, al menos hasta ahora.
Vergüenza siento cuando los políticos pretenden ejercer censura a los periodistas en RTVE pretendiendo controlar previamente las noticias, y cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid ejerce demagogia un día sí y otro también vertiendo mentiras para engañar al incauto, la educación es la penúltima de sus lindezas. O cuando los candidatos ante unas elecciones prometen y prometen cosas que podrían haber hecho estando en el gobierno (Rubalcaba), o cuando el presunto, y si nadie lo remedia futuro presidente del Gobierno Rajoy guarda silencio cuando le preguntan sobre sus medidas a adoptar, o las intervenciones de nuestra abnegada patronal en boca de impresentables autoritarios, como el indisimulado Arturo Fernández, portavoz en Madrid.
El presente es triste, pero es color de rosa comparado con el futuro, la ciudadanía salvo honrosas excepciones se comporta como si no fuera con él la cosa, asiste más interesado al próximo derby o se sienta delante de la caja tonta para evadirse de los problemas después de una jornada maratoniana de trabajo mal pagada, y eso con suerte, según una expresión de uso común acuñada y extendida por nuestra patronal y el incauto ciudadano (algunos llaman suerte tener trabajo, o tener una jornada larguísima mal pagada).
De nosotros depende cambiar esto, el movimiento 15-M es, para mí, lo único que nos separa de la idiotez y el conformismo.
Algunos otros, los más, esperan sentaditos en su sillón que les arreglen los problemas, creen que depositando un sobrecito en una urna cada cuatro años se acaba su implicación en la vida pública. Y así nos va.